Saturday, September 12, 2009

24° domingo-del tiempo ordinario-LECTIO

24° domingo
del tiempo ordinario

LECTIO
Primera lectura: Isaías 50,5-9a
5 El Señor me ha abierto el oído
y yo no me he resistido
ni me he echado atrás.
6 Ofrecí la espalda
a los que me golpeaban,
mis mejillas
a los que mesaban mi barba;
no volví la cara
ante los insultos y salivazos.
7 El Señor me ayuda,
por eso soportaba los ultrajes,
por eso endurecí mi rostro
como el pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
8 Mi defensor está cerca,
¿quién me quiere denunciar?
¡Comparezcamos juntos!
¿Quién me va a acusar?
¡Qué venga a decírmelo!
9 Sabed que me ayuda el Señor:
¿Quién me condenará?

Este fragmento forma parte del llamado «Tercer canto del Siervo de Ynwx» (Is 50,4-11). La misteriosa figura del «siervo» (¿un profeta?, ¿el pueblo de Israel?) está presentada como la de un discípulo fiel. El Señor le ha hecho capaz de escuchar la Palabra (v 5) que le dirige a diario a fin de que la transmita a los hombres de su tiempo, en los cuales han disminuido la fuerza y la confianza (v 4). La fidelidad del discípulo a la misión recibida encuentra la oposición de aquellos a quienes ha sido enviado. Latigazos, ultrajes (mesar la barba), insultos y salivazos: la persecución se ensaña con la persona del anónimo siervo, pero él no se echa atrás (v 6), fortalecido con la certeza de que YHWH está cerca de él.
No verá decepcionada su confianza: por eso puede hacer frente a sus enemigos de manera resuelta (v 7) e incluso desafiarles llamándoles a juicio (v 8). El Señor le ayuda (v 9a) y le hace justicia (v 8a). Todo intento perverso de acusar y condenar al siervo resultará vano (vv 8b.9a), porque Dios es testigo y garante de su justicia e inocencia.

Segunda lectura: Santiago 2,14-18
14 ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarle la fe? 15 Si un hermano o una hermana están desnudos y faltos del alimento cotidiano 16 y uno de vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y saciaos», pero no les da lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? 17 Así también la fe: si no tiene obras, está muerta en sí misma.
18 También se puede decir: «Tú tienes fe, yo tengo obras; muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe».

Existe una preocupación central en la carta de Santiago: la fractura que opone, por una parte, a la Palabrade Dios escuchada y la fe proclamada y, por otra, la vida cotidiana. Se trata de una fractura que no sólo impide conseguir la salvación (v 14), sino que procura la muerte produciendo la ilusión de lo contrario.
Este pasaje ha sido leído por algunos como antítesis a la teología paulina de la salvación por mediación exclusiva de la fe. En realidad, es más correcto leer las vigorosas afirmaciones de Santiago como una llamada lanzada a los que, radicalizando las palabras de Pablo, las tergiversan, como si la relación con Dios se agotara en una adhesión interior a él. La fe auténtica, por el contrario, no puede dejar de manifestarse en gestos de amor, que obedecen a la Palabra del Señor. De otro modo, la fe resulta ineficaz, falsa: una ilusión (v 17). Igualmente, sería inexistente -si no sarcástico- un amor afirmado de palabra que no prestara ayuda concreta a la persona amada (vv. 15ss).
Santiago se sitúa aquí en la misma línea que la parábola del juicio narrada por el evangelista Mateo (cf. Mt 25,31-46): reconoce como seguidores de Jesús a los que, aun sin tener una fe explícita en su presencia, han socorrido a los necesitados, a los desamparados, a los despreciados... en sus necesidades. El apóstol Juan dice de una manera sintética en su primera carta: «Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad» (1 Jn 3,18). La fe o se traduce en vida de amor o simplemente no existe. Mientras que las obras revelan la fe de quien las realiza -sea consciente o inconsciente de lo que hace-, no es verdad lo recíproco (v 18).
La salvación, por tanto, es don de Dios que ha de ser acogido creyendo en él, y las obras constituyen la respuesta positiva del hombre a ese don. «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21).

Evangelio: Marcos 8,27-35
En aquel tiempo, 27 Jesús salió con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo y por el camino les preguntó:
—¿Quién dice la gente que soy yo?
28 Ellos le contestaron:
• Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que uno de los profetas.
29 Él siguió preguntándoles:
—¿Y vosotros quién decís que soy yo? Pedro le respondió:
• Tú eres el Mesías.
30 Entonces Jesús les prohibió terminantemente que hablaran a nadie acerca de él.
31 Jesús empezó a enseñarles que el Hijo del hombre debía padecer mucho, que sería rechazado por los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley; que lo matarían y, a los tres días, resucitaría. 32 Les hablaba con toda claridad. Entonces Pedro lo tomó aparte y se puso a increparle. 33 Pero Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole:
• ¡Ponte detrás de mí, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.
34 Después, Jesús reunió a la gente y a sus discípulos y les dijo:
• Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. 35 Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia la salvará.

Con este pasaje llega a un punto de atraque el itinerario que el evangelio de Marcos ha propuesto hasta aquí. Mediante el relato de las acciones de Jesús y las palabras con que las acompaña, el evangelista ha intentado hacer emerger la respuesta a la pregunta fundamental sobre la identidad de Jesús, cuyo nombre se había hecho famoso (cf. Mc 6,14). Ahora es el mismo Jesús quien explícita la pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?»(v 27). El grupo de los discípulos, erigiéndose en portavoz de las expectativas mesiánicas de Israel, refiere que Jesús es considerado como Juan el Bautista, o bien Elías -cuyo retorno debía preceder a la venida del Mesías (cf. Mal 3,1)- o algún profeta, cuya falta ya se advertía desde hacía mucho tiempo.
Y cuando Jesús plantea la pregunta directa: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v 29), Pedro, prototipo del discípulo, profesa su propia fe en Jesús reconociéndolo como Cristo, es decir, «mesías», «salvador». Los gestos que Jesús ha realizado, y que Marcos ha narrado en los ocho primeros capítulos de su evangelio, manifiestan el cumplimiento de las profecías mesiánicas. De este modo encuentra su explicación el primer atributo con el que el evangelista calificó a Jesús en el comienzo de su libro (cf. Mc 1,1b).
De ahora en adelante, su relato empieza a dar razón del segundo atributo: «Hijo de Dios» (Mc 1,1c). Esta segunda parte del evangelio, que será ratificada con otra profesión de fe, la de un pagano (el centurión: cf. 15,39), se abre con la autopresentación de Jesús, que esboza el modo como entiende y vive su propio mesiazgo: no como triunfo o éxito, sino como humillación y sufrimiento (v 31).
Con su reacción (v 32), Pedro se muestra ahora como prototipo de quien sigue una lógica diferente respecto a la de Dios, a la que se opone como Satanás. Jesús se muestra resuelto cuando recuerda a Pedro su lugar, que es detrás de él, único Maestro (v 33), y cuando precisa a todos las condiciones necesarias para ser discípulo suyo. Es menester dar la vuelta al propio modo de pensar de cada uno, a la imagen de Dios que se ha construido, a los objetivos que se había fijado. Es preciso seguir los pasos de Jesús. Hace falta proyectar nuestra existencia no como posesión egoísta y autosatisfactoria, sino como entrega (vv. 34ss).

MEDITATIO
¿Quién es para mí Jesús? La pregunta nos viene dirigida directamente. Nosotros somos hoy los discípulos que, habiendo vivido con Jesús, están invitados a pronunciarse sobre él. Puede resultar sencillo repetir una fórmula aprendida en el catecismo o asumir una posición aceptable por la mayoría sin una excesiva implicación personal: Jesús es el Señor, Jesús es un gran hombre, Jesús es el protector de los débiles...
¿Quién es para mí Jesús? Toda respuesta suena vacía si no afecta a mi vida, si no expresa mi compromiso con él. Sí, Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el que nos ha revelado el amor del Padre por todos y en particular por los indefensos. Reconocerle y aceptarle como tal, invocarle como Señor, adquiere su significado pleno si, en consecuencia, le sigo en su camino. El amor que Jesús nos da y nos hace conocer es el amor de quien da la vida por los otros y paga cualquier precio con tal de permanecer fiel a ese amor. Jesús es verdaderamente nuestro Señor, si nosotros, dejando de lado nuestros proyectos mezquinos, asumimos el suyo, sin dejarnos condicionar por la mentalidad corriente, absolutamente centrada en el beneficio y en el culto a nosotros mismos.
Nuestras obras expresan la verdad de nuestra decisión, de nuestra respuesta a la pregunta sobre la identidad de Jesús.

ORATIO
Perdóname, Señor Jesús: también hoy he tenido miedo del rechazo y de la burla. No he conseguido seguirte en tu camino y me he rebajado a pactos con los criterios que, en este mundo, permiten estar de la parte de losvencedores. Tú elegiste el amor y fuiste escarnecido, no te creyeron y, por último, te mataron. Nunca dejaste de amar ni de demostrar amor: lo que decías lo ponías en práctica. Fuiste un derrotado para las crónicas mundanas, pero en el silencio de una aurora de primavera, resucitaste de la muerte. El amor, nos dijiste, es la única salvación, y creer en ti derrota todo abuso, todo egoísmo tiránico.
Perdóname, Señor Jesús, cuando expreso mi fe sólo de palabra, cuando me refugio en el escondite del «así hacen todos», en vez de saborear los espacios abiertos de tus caminos, a lo largo de los cuales se experimenta la alegría de dar la vida por los hermanos.

CONTEMPLATIO
Quien se libera del hombre viejo y de sus obras reniega de sí mismo y puede decir: «Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí»; toma, en efecto, su cruz y es un crucificado para el mundo. Y el que ha crucificado en sí mismo el mundo, ése sigue al Señor crucificado. Pedro, que se escandalizó con el anuncio de la muerte del Señor, fue regañado severamente por el mismo Jesús: de este modo, los discípulos se vieron invitados a renegar de sí mismos, a tomar su cruz y a seguir al Maestro con el ánimo de quien se encuentra siempre en peligro de muerte.
A las palabras amargas les siguen las alegres, y el Señor anuncia: «El Hijo del hombre vendrá en la gloria del Padre con sus ángeles». Si temes la muerte, escucha la gloria del que triunfa. Si te espanta la cruz, escucha el homenaje que le rinden los ángeles. «Y entonces», añade el Señor, «dará a cada uno según sus obras». No hay distinción entre judíos y paganos, entre hombres y mujeres, entre pobres y ricos, porque no son las personas, sino las obras las que serán sometidas a juicio (Jerónimo, Commento al vangelo di Matteo, Roma 1969, pp. 167ss).

ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Que yo muestre, Señor, con mis obras mi fe en ti».

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿Quién es Jesucristo para Ignacio Silone?
Es la expresión más elevada, más pura, más fecunda de la humanidad. En él se encarnan y se sintetizan esos valores que constituyen la base de toda civilización y que determinan la verdad —es decir, la autenticidad y la grandeza— de todo hombre. No elaboró un sistema filosófico o teológico, ni siquiera fundó una religión; no estableció pactos con el poder, no lisonjeó los bajos instintos del hombre, no vaciló en proponer una doctrina moral fuera de todos los esquemas, incluso «escandalosa», no tuvo miedo de ir contracorriente ni de introducir el desorden. Encarnando su mensaje en su persona, proclamó algunas verdades «locas», aunque sublimes y fecundas. En L'awentura d'un povero cristiano, Pier Celestino dirige a Bonifacio VIII estas palabras: «Pero si se despoja al cristianismo de sus llamadas cosas absurdas para hacerlo agradable al mundo, tal como es, y apto para el ejercicio del poder, ¿qué queda de él? Sabéis que la racionabilidad, el sentido común, las virtudes naturales existían, ya antes de Cristo, y se encuentran también ahora en muchos que no son cristianos. ¿Qué es lo que Cristo nos ha traído de más? Precisamente, algunas cosas absurdas en apariencia. Nos ha dicho: amad la pobreza, amad a los humillados y a los ofendidos, amad a vuestros enemigos, no os preocupéis por el poder, por la carrera, por los honores; son cosas efímeras, indignas de almas inmortales...» (p. 244).
A causa de sus «absurdos», Jesús se ve o bien rechazado, o bien domesticado, o bien escarnecido. [El] prefirió el patíbulo de la cruz después de haber proclamado que quien quiera seguirle debe renegar de sí mismo y tomar su cruz. Pero los detentadores del sentido común y, sobre todo, los sacerdotes «cuentan con una experiencia secular en el arte de hacer la cruz inocua» (II seme sotto la neve, p. 159). Aliándose con el poder, han reducido el cristianismo a instrumento de estabilidad social, pese a que aquél se fundamenta en la injusticia. Todo eso es traicionar a Cristo. Sustituyendo la imagen de Jesús crucificado y agonizante por la del Jesús «clerical, resucitado triunfante», ha traicionado la Iglesia a su Señor. Afortunadamente para nosotros, no puede impedir «que, de vez en cuando, algunos cristianos sencillos tomen la cruz en serio y actúen como locos» (II seme sotto la neve, p.159), ofreciéndose, a cuantos quieran verlo, como auténticos testigos de Jesús (F. Castelli, Volti di Gesú nella Ietteratura moderna, Cinisello B. 1987).

Charisse Pempengco duet with Celine Dion on Oprah

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Tuesday, September 1, 2009

AMOR SE ESCRIBE CON R



AMOR SE ESCRIBE CON R

El amor es la experiencia más importante de la vida humana. En ella se decide el éxito o fracaso de una vida. Nuestra vida consagrada se concentra en un voto de amor, que abarca todas las dimensiones de la vida y se concreta en los tres votos. Todo el sentido de nuestra consagración reside en “amar como él amó”. Pero el amor es una realidad poliédrica. Tiene el amor humano muchos objetos: las cosas, las personas, uno mismo, Dios; tiene muchas dimensiones: afecto, ternura, amistad, intimidad. Engloba múltiples operaciones: se siente, se piensa, se hace, se decide, se desarrolla, se decepciona. El amor es la vocación fundamental de todo ser humano. Dicha vocación se presenta como la más profunda y permanente de las aspiraciones humanas y también como la más honda y permanente llamada de Dios.
No es extraño que cuando vivimos un cambio de ritmo en la programación de la vida y del trabajo, emerjan en la conciencia las preguntas y preocupaciones de fondo. Cuando cambiamos de actividad o de lugar; cuando nos tomamos un tiempo de descanso o de vacaciones se nos suelen plantear cuestiones vitales. Se viven sentimientos de vacío o de soledad; sentimientos de distancia o cercanía, ausencia y presencia. Es tiempo de encuentro con los amigos y los familiares. Tal vez su vida contrasta con la nuestra. Los encuentros hacen emerger los recuerdos comunes, las memorias personales y afectivas. Se toma conciencia de la singularidad de la propia vida y de la propia trayectoria. Suelen surgir con mucha naturalidad las preguntas de este tipo. ¿Por qué sigo siendo lo que soy? ¿Qué significa para mis seres cercanos mi estilo de vida y mi vocación? ¿Les importa lo que yo vivo? ¿De quién me siento yo en realidad? ¿A quien pertenezco? ¿Cuál es mi casa? ¿Quién me quiere a mí? ¿A quién quiero yo verdaderamente?
La vida consagrada que estoy viviendo, ¿me está ayudando a vivir el amor? ¿Me está haciendo una persona amorosa?
Para trabajar estas preguntas, quiero escribir una breve meditación sobre el amor. Y lo quiero articular al hilo de 10 palabras que comienzan por la letra “r”.

1. Relación

Nunca existimos solos, nacemos de la relación entre un padre y una madre; existimos en esa relación. Nos acompaña el ser hijos de XX durante toda la vida. Es una relación primordial. En ella aprendemos o no aprendemos a amar. Ahí se configura la urdimbre afectiva de nuestra vida. Aprendemos lo que es vivir en relación. Experimentamos la unidad y la intimidad afectiva. Nos entrenamos en la relación fraternal. Esas experiencias primordiales influyen en toda la vida posterior. Y es que el amor es relación. No toda relación es amorosa; pero todo amor es relación. La calidad del amor depende de la calidad de la relación interpersonal.




2. Respeto

La relación amorosa implica un gran respeto a la otra persona; ella es tierra sagrada; es la suya una historia sagrada. Su intimidad, sus diálogos interiores llevan la energía de su propia vitalidad. Amar a una persona es crear unidad e intimidad con ella. Pero se trata de una unidad de personas; no equivale a fusión ni invasión del otro. Implica una presencia mutua, que está hecha de cercanía y distancia, de pertenencia y libertad. Se alimenta de la comunicación y la escucha. El respecto excluye el intento de controlar y dominar. Ello requiere todo un aprendizaje: amar y dejarse amar.


3. Reconocimiento

Amar a alguien es reconocerlo como persona individual. El amor crea verdadero encuentro; la otra persona no es objeto para mi; no es un medio para asegurar mis intereses. El otro es una persona única, irrepetible. Está llena de posibilidades, de energía, de creatividad. Necesita ser mirada con ojos de amor para despertar esas posibilidades dormidas que hay en ella. Necesita experimentar que alguien cree en ella para poder creer en sí misma. Amar a la otra persona es ayudarle a descubrir su propia dignidad y belleza. Cada persona es un regalo para si misma y para los demás. Ha nacido con una misión especial en la vida. La misión se convierte en tarea de toda la vida. Podemos reconocerla, revelarle sus dones. Pero el principal regalo que podemos hacerle con nuestro amor consiste en hacerle llegar la noticia: tú eres amada de Dios; tú eres criatura de Dios, tú eres hija del Dios amor..

4. Responsabilidad

En primer lugar para con uno mismo. La “r” del amor lleva consigo la responsabilidad de amarse a sí mismo, en lo que uno es y en lo que se siente llamado a ser. La propia identidad no se vive de forma puntual; se percibe como una trama de hechos narrativos a través del tiempo. Cada narración selecciona, organiza las cadenas de acontecimientos. Los sitúa a una luz nueva; los reelabora; las historias de nuestra vida permanecen abiertas a nuevos significados. La vocación de ser uno mismo, de amarse y aceptarse a sí mismo es gracia. Y es tarea permanente. Vamos tejiendo el tapiz de nuestra existencia en las historias cotidianas. La construcción de la propia identidad existencial incluye también la responsabilidad de ser fiel a la propia misión en la vida: llegar a ser quien soy y quien me siento llamado a ser para cumplir mi misión en la vida.


5. Respuesta

El amor brota del estímulo amable, bueno, bello, o simplemente agradable. Originariamente uno no crea el estímulo amoroso; lo descubre en la llamada, en la mirada de otro. El amor brota de ese encuentro o descubrimiento. La vieja cuestión: ¿es bello porque me agrada o me agrada porque es bello? De be ser respondida rompiendo la alternativa. Es precisamente el encuentro entre lo subjetivo y lo objetivo lo que constituye la belleza. Así es también el encuentro amoroso.
El amor se aprende; no se nace sabiendo amar. Puede haber acontecido que hayamos aprendido amores inauténticos. Seguramente hemos experimentado las condiciones del amor: te amo, si eres bueno; te quiero si haces lo que yo espero de ti, etc. Y llevamos toda nuestra vida esta huella marcada en el alma… La dimensión más honda de nuestro amor es la experiencia de ser incondicionalmente amados por el Dios del amor y de la vida. Dios es amor. El fondo del ser es el amor. El sentido de la vida reside en el amor. Vivir esto constituye un experiencia cumbre en la vida.

6. Renuncia

En cuanto respuesta y responsabilidad implica renunciar a otras llamadas y solicitaciones: estoy llamado a dar fruto según el árbol que soy; tengo que renunciar a querer dar nueces si soy un roble. La sociedad y la cultura en la que vivimos con frecuencia nos ofrecen un manual de instrucciones equivocado para el manejo de nuestro amor: insiste en la gratificación inmediata, en el mercadeo, en la atracción. Pero no hay manual de instrucciones para el crecimiento en el amor. Estamos llamados recorrer un camino personal. ¿Estoy convencido de que yo soy el responsable de mi vida? ¿Estoy persuadido de que vivo la vida que quiero vivir o de que otros programan mi vida por mí? Renunciar a la identidad débil y difusa que me propone y estimula la sociedad de consumo, sólo así lograré vivir mi propia identidad como una persona integrada, capaz de ser sí misma. Y ello me posibilita amar con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Si no soy capaz de superar las relaciones de amor interesado, relaciones que degradan a las otras personas y las convierten en objetos de mi interés, de mi placer, no he experimentado el amor de amistad. No digamos ya el amor de caridad o agape.

7. Recuerdo

El amor vive de nuestras experiencias y recuerdos; se alimenta de nuestras experiencias; nuestra memoria personal más valiosa es la memoria de nuestro amor. Las huellas que va dejando en nuestra memoria personal nos van constituyendo para el futuro. La historia de nuestra vida no consiste tanto en la historia de nuestros éxitos o fracasos, de nuestras obras y realizaciones; consiste en la historia de nuestro amor. ¿Estoy convencido de que tengo todavía mucho potencial mental y afectivo que desarrollar? No estoy atado a los aprendizajes pasados; puedo ser creativo. La necesidad y la capacidad de amar están siempre presentes en todas las etapas de la vida.
Y estas cuatro preguntas encadenadas dan de sí para explorar nuestra vitalidad personal y relacional. ¿Cómo doy el amor? ¿Cómo recibo el amor que me dan? ¿Cómo lo pido? ¿Cómo lo rechazo?


8. Renovación.

El amor es dinámico y difusivo. Da que sentir, que pensar, que hacer, que recodar, que soñar. El amor no crece inevitablemente en línea recta; hay saltos y retrocesos. El camino del crecimiento se puede parecer a los dientes de sierra. Precisamente porque la vida está entretejido de una trama de experiencias y sentimientos que se contraponen y con frecuencia se oponen: frialdad y calidez, cercanía y distancia; ternura y posesión…El crecimiento en el amor como en crecimiento personal y espiritual es una tarea permanente. Es un trabajo de integración personal, de unificación interior. Tener viva una gran meta y pasión de la vida moviliza las energías. Pro no basta; es preciso tener metas concretas. Así se manifiesta a voluntad de vivir plenamente la vida y de tomar en serio la vocación fundamental al amor.

9. Resistencia

El amor es fecundo. El amor es vital y vitalizador. Expande la vida; le confiere futuro. Sin embargo actualmente muchas personas tienen que experimenta la difícil fecundidad del amor. En la vida consagrada, se está padeciendo colectivamente la experiencia de la falta de fecundidad. Nuestro proyecto de vida como voto de amor no parece tener encanto y atractivo. Otros rostros del amor resultan deslumbrantes. Estamos viviendo bajo esa cruz. La cruz de un futuro que se presenta incierto y problemático;
La cruz de aprender a envejecer sin ver la descendencia, es decir, sin que aparezcan los continuadores. Seguir creyendo en el amor aun sin ver sus frutos como uno esperaría, sino abiertos a las sorpresas del Espíritu.
La cruz de la muerte de las instituciones que otros han creado, mantenido, y han hecho servir para el bien de los destinatarios, que han ocupado tal vez lo mejor de nuestros sueños y energías.
Vivir el amor en estas circunstancias implica desarrollar la capacidad de resistencia a la adversidad. Resistencia sin ira y sin rencor; amor resistente que es aquella actitud que nace de la confianza en las promesas de Dios. Es fruto de la esperanza teologal. Se expresa en la oración perseverante. Al fin de cuentas reconoce que el amor tiene forma de cruz: está hecha del palo horizontal y del palo vertical; y es el palo vertical clavado en la tierra el que sostiene al horizontal.

10. Resurrección

El amor es más fuerte que la muerte. Es aperitivo y hambre de resurrección y vida para siempre. El amor es protesta contra la realidad de la muerte. Lo realmente decisivo de la vivencia del amor reside en que de ella depende el sentido de la resurrección. Sólo el que ama realmente está interesado en vivir. Y en vivir para siempre. Sólo el que ama puede confesar con sentido que el amor es más fuerte que la muerte y puede vislumbrar que el amor es prenda y promesa de resurrección.
Y sólo el que quiere vivir para siempre necesita que haya resurrección de los muertos. Precisamente en esa necesidad empalma la promesa evangélica. Si no siento con fuerza la urgencia de que algo o alguien viva para siempre, me habré hecho incapaz de esperar la resurrección de los muertos. Podré seguir recitando el credo, más será mera recitación. Ahí está la hondura más terrible de la relación de amor. Para los que no aman a personas de carne y hueso la resurrección no es una esperanza; es una amenaza. ¡Una terrible amenaza!
Ahí radica la seriedad del amor en esta vida presente. De ahí la importancia de examinar cómo ando de vitalidad, qué hay en mí con ganas de vivir, qué deseo vivir realmente. ¿Me doy permiso para amar? ¿Qué bloqueos me impiden crecer en la experiencia de amar y ser amado? ¿Qué signos de la verdad del amor descubro en mí?

Tal vez resulten preguntas y reflexiones demasiado transcendentes para el tiempo de verano. O tal vez el movimiento de las olas del mar o la imponente grandeza de las montañas o el acompañamiento de la vida que se acerca a su ocaso o de la vida que empieza brinden trasfondos adecuados para recordar las palabras de Jesús: “ amaos unos a otros como yo os he amado”.